lunes, 3 de noviembre de 2014

Pre-ocupaciones.

Hoy leyendo twitter me topé con la preocupación adolescente de tensión pre-entrada a una discoteca siendo menor de edad, y recordé la sensación de no tener dieciocho añitos con su intriga por saber si esa noche conseguirías entrar, la euforia de haber conseguido colarte y el máximo estado pletórico cuando te pedían el dni y ya podías responder ¿te vale el carnet de conducir?
Esa inocencia, y esas preocupaciones... ¿dónde quedaron? Porque apenas han pasado dos años y ya ni siquiera tengo ganas de salir de fiesta, de llevar la documentación solo por si tienes que comprar algo con tarjeta y tienes que identificarte, de pasar de las noches de no dormir por quedar con un amigo a estudiar historia y sacar más nota que él sin leerte una página a las de no poder pararte a respirar por otros motivos muy diferentes, las preocupaciones universitarias y el futuro incierto.
A mí antes me quitaban el sueño otras cosas, cuando tenía sueños alcanzables y dormir poco significaba tumbarte a las dos por quedarte hablando con esa persona hasta "las tantas". ¿Dónde me dejé eso? Esas ganas de un sábado arreglarte y salir a celebrar que habías quedado con "nosequién que tiene ese nosequé que me deja nosecómo" para tomar un chupito y los que surgiesen después.
Esas malditas ganas han sido sustituidas por las ganas del fin de semana simplemente por poder dormir, el haber convertido el dormir casi en un placer en lugar de una necesidad.

Guardan más secretos las colillas apagadas en los ceniceros de las terrazas que las letras que pueda plasmar aquí, los suspiros que se llevan sin quejarse, y el ansia de poder sentir algo.
¿Dónde me dejé los sentimientos? Porque hoy en día el humo es lo único que despierta miedo y a la vez relax en mi rutina diaria. Contradicción tras contradicción acompañada de demasiados cafés...

Supongo que en el fondo me quedan algunos más, pero soy demasiado obcecada para admitirlos y menos para decírselos a quien los merecen, Pero claro, yo ya no soy aquella chica de dieciocho años que no sabía lo que era tontear y lo hacía con una inocencia acompañada de naturalidad que ya quisiera ahora. Ya no soy la chica que dijo te quiero demasiado pronto, ni la que evitaba decírselo después a una persona porque era mentira pero hacer daño parecía peor opción que enfrentarse a la verdad.
Creo que en el fondo sigo siendo la que no lo dijo en el momento por miedo a que la verdad hiciese más daño que la incertidumbre que no terminó bien. La misma a la que el miedo a perder a un amigo le llevó terminar por alejarlo, y la misma a la que todo apunta a que le volverá a pasar lo mismo.
Y sigo manteniendo los mismos errores de hace años,
Hay quien no aprende porque una vez aprendió de golpe y porrazo.

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