jueves, 1 de octubre de 2015

Roma al revés es solo un terremoto.

El miedo, al papel en blanco, y a la mente que nunca lo está.
A que el frío llegue, y nos encuentre ya temblando, y no tenga nada que hacer.
A las definiciones, los tecnicismos y los límites.
Joder, putos límites. Los límites no se pueden poseer.
Y menos por otros ajenos a nosotros mismos.
Y lo superamos, damos la patada a la piedrita y nos cambiamos de carretera en busca de otra libre de restricciones, pero no. Todos los caminos llevan a Roma. Y Roma, al revés, es un terremoto, uno de los fuertes, que amor ni que ocho cuartos.
Roma al revés son muchos siglos de arte e historia hechos trizas. Ni la puta escala de ritcher sería capaz de ponderar la intensidad del terremoto que pondría Roma al revés.
Y nos empeñamos en huir de Roma, por si el terremoto.
Y este laberinto nos va destrozando por dentro, porque nos negamos a bajar la ventanilla para preguntar por la dirección correcta, o porque nos empecinamos en no escuchar de verdad las indicaciones.
El otro día leí gracias a mi hermana algo así como que "el problema de la comunicación está en que no escuchamos para entender, sino para contestar". Y es una verdad aterradora, o escuchamos porque nos gusta lo que nos dicen, o para poder replicarlo. O para torturarnos a nosotros mismos cuando rumiemos esas palabras, y las tergiversemos, y las aislemos de todo contexto.
Nos comunicamos, oímos lo que nos dicen, y lo escuchamos como nos da la gana.
Y ya tenemos la excusa para asesinar mentalmente a alguien, o para querer ponerle una estatua.
Estamos rodeados de continuas opiniones, y nos obcecamos con las mismas. Una, y otra, y otra vez.
Y nos persiguen, porque no sabemos huir, y cogemos la nueva carretera sin límites utilizando intermitentes y publicando a los cuatro vientos la próxima parada, y claro, así te encuentra cualquiera.
Y lo jodido es cuando Roma está en tu interior después del terremoto, resistiendo a las constantes réplicas.
Y cuando no es Roma, es otra ciudad, otro puerto, otro dolor de cabeza. Que buscas. Sí, lo buscas. No seas tan hipócrita de pensar que no "estamos donde queríamos estar", donde queríamos, no donde nos gustaría. Somos lo que somos por cosas que en algún momento hemos querido.
A veces queremos cosas que (quizás después) no nos gustan. O eso solo me pasa a mí, que nací incongruente.
A saber.
El papel sigue en blanco, y mi mente... en llamas.
De nuevo.

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