domingo, 14 de septiembre de 2014

Veranos.

Hay pequeños placeres en esta pequeña ciudad perdida que tardaré en encontrar en otras. Como salir a mi terraza con los cascos sonando al máximo en un aleatorio de The Smiths (por ejemplo) mientras ves muchas nubes negras rodear este sitio, y sin multitudes de gente agobiante a todo tu alrededor. Creo que es la única manera en la que me siento cómoda viendo a tantas personas juntas, desde un sexto piso y con vista panorámica de todo.
Y sé que todo es acostumbrarse, y que si van dos años fuera, el tercero se echarán un poquito menos en falta esos momentos. Pero no me gusta.
Que ya no sé ni lo que digo, menuda novedad.
Se terminan las vacaciones, el verano de mi vida. No sé si es aventurarme mucho, pero creo que este ha sido el mejor en veinte años (o de los mejores). Planes imaginados infinidad de veces, y otros que fueron enormes sorpresas. Y como todos los años, un verano que termina con las fiestas de este particular lugar del mundo. Empiezan bien, aunque se me hace raro que no estén algunas personas.
Yo, echando de menos. Pero qué va a ser esto.
Cambiaremos los pequeños placeres de aquí por cafés y buenas conversaciones en otros sitios. Y dejaré de quejarme. Creo.
Un amigo dijo este verano que pensamos demasiado en el futuro y en el pasado, y que tenemos que vivir más el día a día, y disfrutar de lo que hay. Así que habrá que aparcar las desvariaciones y preocupaciones para cuando podamos permitirnos perder tiempo en ellas sin dejar de lado lo bueno.
Miau,

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